lunes, 22 de agosto de 2011

cual es tu puta esquina?: Carta abierta a las expertas y expertos en trata

cual es tu puta esquina?: Carta abierta a las expertas y expertos en trata: En la prostitucion la palabra trata no existe. El tratante es el fiolo al que yo llamo marido. Es mi padre. Es mi hermano. Es mi familia. E...

Tal vez hagas lo que quieres. pero no eres libre —insistió—. Eres mujer, y eso automáticamente significa que
estás a merced de los hombres.
—No estoy a merced dc nadie —grité.

No sé si fue mi afirmación o el tono de mi voz que hicieron que Delia prorrumpiese en carcajadas, tan fuertes como las mías de momentos antes. —Pareces estar gozando de tu venganza —observé molesta—. Ahora te corresponde reír a ti, ¿verdad? —No es lo mismo —replicó, repentinamente seria—. Te reíste de mí porque te sentías superior.

marioingenito51@yahoo.com.ar dijo...

Escuchar a una esclava que habla como su amo siempre divierte al amo por un momento. Intenté interrumpirla, decirle que ni se me había pasado por la mente pensar en ella como en una esclava, o en mí como en un amo, pero ignoró mis esfuerzos, y en el mismo tono solemne explicó que el motivo por el cual había reído de mí era porque yo me encontraba ciega y estúpida ante mi propia feminidad.

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¿Qué sucede, Delia? —pregunté intrigada—. Me estás insultando deliberadamente. —Muy cierto — respondió riendo, por completo indiferente a mi creciente enojo. Luego, golpeándome fuerte en la rodilla, agregó: —Lo que me preocupa es que no sabes que por el mero hecho de ser mujer eres esclava.
Recurriendo a toda la paciencia que pude reunir le dije que estaba equivocada: —Nadie es esclavo hoy en día. —Las mujeres son esclavas —insistió Delia—, los hombres las esclavizan. Ellos aturden a las mujeres, y su deseo de marcamos como propiedad suya nos envuelve en niebla, la niebla resultante cuelga en nosotras como un yunque.
Mi mirada vacía la hizo sonreír. Se recostó en el asiento abrazándose el pecho con las manos. —El sexo aturde a las mujeres —agregó de manera suave pero enfática—, y lo hace tan concluyentemente que no pueden considerar la posibilidad de que su baja condición sea la consecuencia directa de lo que se les hace sexualmente.
—Esa es la cosa más ridícula que jamás he escuchado —anuncié: luego, pesadamente, me embarqué en una larga diatriba acerca de las razones sociales, económicas y políticas que explicaban la baja condición de la mujer. En gran detalle hablé de los cambios acaecidos en las últimas décadas, y de cómo las mujeres habían tenido bastante éxito en su lucha contra la supremacía masculina. Molesta con su expresión burlona no pude ahorrarme el comentario de que ella, sin duda, era víctima de los prejuicios de su propia experiencia y perspectiva del tiempo.
Todo el cuerpo de Delia comenzó a sacudirse con cl esfuerzo que hacía para controlar su risa. Logró hacerlo y me dijo: —En realidad nada ha cambiado. Las mujeres son esclavas. Hemos sido criadas como esclavas. Las esclavas que han sido educadas están hoy atareadas denunciando los abusos sociales y políticos cometidos contra la mujer. No obstante, ninguna de esas esclavas puede enfocar la raíz de su esclavitud —el acto sexual— a no ser que involucre la violación, o esté relacionado con alguna forma dc abuso físico. —Una leve sonrisa adornó sus labios cuando dijo que los religiosos, los filósofos y los hombres de ciencia han mantenido durante siglos, y por supuesto lo siguen haciendo, que tanto los hombres como las mujeres deben seguir un imperativo biológico dictado por Dios, que atañe directamente a su capacidad sexual reproductiva.
“Hemos sido condicionadas para creer que el sexo es bueno para nosotras —subrayó—--. Esta creencia y aceptación innata nos ha incapacitado para hacer la pregunta acertada.
—¿Y cuál es esa pregunta? —inquirí, esforzándome para no reír de sus convicciones totalmente erradas.
Delia pareció no haberme escuchado; estuvo tanto tiempo en silencio que pensé que se había dormido, y por lo
tanto me sorprendió cuando dijo:

—La pregunta que nadie se atreve a hacer es: ¿qué es lo que el acto de que nos monten nos hace a las mujeres? —Vamos, Delia... —remilgué burlonamente. —El aturdimiento de la mujer es tan total que enfocamos cualquier otro aspecto de nuestra inferioridad menos el que es la causa de todo —sostuvo.
—Pero Delia —dije riendo—, no podemos vivir sin sexo. ¿Qué sería del género humano si...?
Atajó mi pregunta y mi risa con un gesto imperativo de su mano.

—Hoy en día mujeres como tú, en su celo por igualar al hombre, lo imitan, y lo hacen hasta el extremo absurdo de que el sexo que les interesa no tiene nada que ver con la reproducción. Equiparan el sexo a la libertad, sin siquiera considerar lo que el sexo hace a su bienestar físico y emocional. Hemos sido tan cabalmente indoc- trinadas que creemos firmemente que el sexo es bueno para nosotras. Me tocó con el codo y. como si estuviese recitando una letanía, agregó:
“El sexo es bueno para nosotras. Es agradable, es necesario. Alivia las depresiones, las represiones y las frustraciones. Cura los dolores de cabeza, la hipertensión y la baja presión. Hace desaparecer los granos de la cara. Hace crecer el culo y las tetas. Regula el ciclo menstrual. En suma: ;es fantástico! Es bueno para las
6 mujeres.

marioingenito51@yahoo.com.ar dijo...

Todos lo dicen. Todos lo recomiendan. —Hizo una pausa para luego declamar con dramática finalidad: —No hay mal que una buena cogida no cure. Sus declaraciones me parecieron muy graciosas, pero de pronto me puse seria al recordar cómo mi familia y amigos, incluso nuestro médico de cabecera, lo habían sugerido (por supuesto no de manera tan cruda) como una cura para todos los males de la adolescencia que me aquejaban al crecer en un medio tan estrictamente represivo. Había dicho que al casarme tendría ciclos menstruales regulares, aumentaría de peso y dormiría mejor. Incluso adquiriría una disposición de ánimo más dulce.
—No veo nada de malo en desear sexo y amor —me defendí—. Mis experiencias en este sentido han sido muy
placenteras, y nadie me domina o aturde. ¡Soy libre! Lo hago con quien quiero y cuando quiero.
En los ojos oscuros de Delia vi un destello de alegría al decir:

—El que elijas tu compañero no altera el hecho de que te montan. —Enseguida sonrió, como para mitigar la aspereza de su tono, y agregó: —Equiparar el sexo con la libertad es la suprema ironía. La acción de aturdir por parte del hombre es tan completa, tan total, que nos ha drenado la energía y la imaginación necesaria para enfocar la verdadera causa de nuestra esclavitud. —Luego enfatizó: —Desear a un hombre sexualmente, o enamorarse románticamente de uno, son las únicas opciones dadas a las esclavas, y todo lo que nos han dicho acerca de estas dos opciones no son otra cosa que excusas que nos sumergen en la complicidad y la ignorancia.
Me indigné, pues no podía dejar de pensar en ella como en una reprimida que odiaba a los hombres. —¿Por qué odias tanto a los hombres. Delia? —pregunté, apelando a mi tono más cínico. —No me desagradan —aseguró—, a lo que me opongo apasionadamente es a nuestra renuencia a examinar cuán profundamente indoctrinadas estamos. La presión que han ejercido sobre nosotras es tan terrible y santurrona que nos convertimos en cómplices complacientes. Quienes se animan a disentir son rotuladas como monstruos que detestan a los hombres, y sufren la consiguiente mofa.
Sonrosada, la observé subrepticiamente, y decidí que podía hablar en forma despreciativa del amor y el sexo pues, al fin y al cabo, era vieja y más allá de todo deseo. Riendo por lo bajo Delia colocó las manos tras la cabeza. —Mis deseos físicos no han caducado porque sea vieja —confesó— sino porque se me ha dado la oportunidad de usar mi energía e imaginación para convertirme en algo distinto de la esclava para la cual me criaron.
Porque había leído mis pensamientos me sentí más insultada que sorprendida. Comencé a defenderme, pero mis palabras sólo provocaron su risa. Cuando dejó de reír me encaró; su rostro lucía tan serio y severo como el de una maestra a punto de regañar a un alumno. —Si no eres una esclava, ¿cómo es que te criaron para ser unaHausfrau que no piensa en otra cosa que enheiraten y en tu futuro Herr Gernahl que dich mitnehmen?’ Reí tanto ante su uso del alemán, que debí detener el auto para no correr el riesgo de accidentamos, y mi interés por averiguar dónde había aprendido tan bien ese idioma hizo que olvidara defenderme de su poco lisonjera acusación de que todo lo que yo ambicionaba en la vida era encontrar un marido que cargase conmigo. Con respecto a su conocimiento del alemán, pese a mis insistentes súplicas se mantuvo desdeñosamente refractaria a hacer revelaciones.
— TÚ y yo tendremos tiempo de sobra en el futuro para hablar de alemán —aseguró, y luego de mirarme en forma burlona agregó— o del hecho de que seas una esclava —y adelantándose a mi réplica sugirió que hablásemos de algo impersonal.
DONNER, Florinda. SER EN EL ENSUEÑO